TERCERA OLA DE ALVIN TOFFLER
Apenas empezábamos a asimilar la segunda ola de los computadores electrónicos, cuando nos invade de un modo imparable la tercera. La primera ola ocurrió hace cincuenta años cuando se inventaron y comercializaron los primitivos computadores. Poco a poco y de un modo sutil, los llamados "cerebros electrónicos" se fueron metiendo en nuestras vidas, en el recibo de la luz, del teléfono y en las cartas que recibíamos de los bancos. Luego las oficinas se fueron llenando de terminales. "No puedo atenderle ahora, el ordenador se ha caído"; "lo siento, no puedo hacerlo pues no me deja el ordenador". Frases similares empezaron a ser habituales. Hace veinte años los cajeros automáticos comenzaron a llenar todas las esquinas de nuestras calles. Cuando empezábamos a considerar habitual todas estas cosas, inesperadamente, hace algo más de quince años, llegó la segunda ola: el ordenador personal. Se coló en nuestras vidas casi sin darnos cuenta. Primero fue en las máquinas recreativas de los bares para jugar al tenis. Muy pocas personas se dieron cuenta de que allí dentro había un "cerebro electrónico". Luego se nos metieron en casa "para llevar la contabilidad" y para que nuestros hijos presentasen bien los deberes, sobre todo cuando empezaban a ir a la universidad. En poco tiempo el ordenador personal invadió hogares, comercios, supermercados y oficinas.
Los expertos descubrieron que para sacar a los ordenadores toda su potencialidad era preciso unirlos entre sí: todos los de una oficina dentro de la misma red, que se llamó Red de Área Local (RAL). Sólo muy recientemente hemos empezado a percibir su poderío. Las RAL permiten concebir los procesos empresariales de un modo totalmente nuevo, es lo que se ha llamado "reingeniería de procesos", que en el fondo no es otra cosa que repensar lo que hace una empresa teniendo en cuenta que los computadores están aquí y su precio es asequible. Las RAL posibilitan que las personas trabajen en grupos formando auténticos y poderosos equipos, lo que lleva a una mayor productividad, a un enriquecimiento del puesto de trabajo -las tareas poco creativas las hace la máquina-, a un aplanamiento de las estructuras -cada "jefe" es capaz de supervisar a muchas más personas- y, por desgracia, a una disminución de los puestos de trabajo necesarios. He puesto "jefe" entre comillas pues otra consecuencia de todo lo dicho anteriormente es que su papel también cambia drásticamente.
Cuando empezábamos a asimilar que el trabajo en equipo coordinado por las RAL era la contribución más importante de la segunda ola, nos llega la tercera. Pero esta vez no lo ha hecho de modo silencioso, como las veces anteriores, sino de un modo convulsivo. Se trata de las Redes Mundiales de Computadores. Lo que suele llamarse Internet. Millones de computadores en todo el mundo unidos entre sí, a través de los cuáles pueden intercambiarse, a bajo costo, textos, imágenes, voz y vídeo. Sin duda, ésta es la mayor revolución de las tres pues facilita la comunicación entre seres humanos, rompiendo las barreras del tiempo y la distancia y, hasta cierto punto, las del lenguaje. Estos millones de computadores interconectados pueden verse como uno solo gigantesco en su potencia de cálculo, en su capacidad de almacenamiento y en las facilidades que proporciona para que las personas se comuniquen.
El último punto es el más importante: la tercera ola amplifica la comunicación entre personas. Hasta ahora, la tendencia era al agigantamiento de nuestro ordenador personal: cada vez debía ser más potente, tener más memoria y más capacidad de almacenamiento en disco. Una consecuencia inesperada de la tercera ola es la ruptura de esa tendencia. Si los programas interesantes los tiene la "red", así como una enorme potencia de cálculo y de almacenamiento, ¿para qué necesitamos un computador cada vez más grande en nuestra casa? La respuesta es que para nada. Por primera vez se rompe la tendencia hacia el agigantamiento. Un sencillo computador puede darnos el servicio adecuado. Uno tan sencillo que muy posiblemente nos lo vendan como una opción más de la próxima generación de televisores que, indudablemente, serán digitales.
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